domingo, 24 de junio de 2018

Capítulo 2.1 LA GUERRA EN EL NORTE


Eran días turbulentos para las gentes de Sinarold. El invierno no sólo se presentaba frío y amenazaba con hambruna, sino que además se añadía el peligro que venía desde el sur, puesto que el Imperio había roto el antiguo tratado de paz que se firmó durante la última guerra. Pronto las huestes de Mulkrod se abalanzarían sobre ellos como una plaga sobre las cosechas. La guerra llamaba a sus puertas. El miedo se había convertido en un verdadero sin vivir para todos. Ahora, al contar con pocos aliados y aún menos fuerza, con el Imperio preparándose a conciencia con todos los recursos de los que disponía, la amenaza sobre el norte era mucho mayor que en los tiempos pasados. Sólo Vanion parecía responder a la llamada de socorro de Sinarold; sólo Vanion parecía dispuesta a ayudar, pero ésta era insuficiente.
El pequeño ejército que venía en auxilio de la acorralada Sinarold desembarcó en el puerto de la capital, Vendram, en un día triste y nublado. Aquello era un claro anticipo de lo que les esperaba a los recién llegados en aquella fría tierra. Fueron recibidos por la población de la ciudad con gritos de júbilo. La llegada de refuerzos animaba sus corazones. No estaban solos; todavía tenían un aliado en occidente. Les recibían como si fueran héroes salvadores. A pesar del escaso número de soldados que desembarcaban, apenas tres mil hombres, veían con esperanzas la llegada de un ejército amigo.
Uno de aquellos soldados era Malliourn, un oficial ya veterano tras sus años de servicio en el ejército, a pesar de no llegar a los treinta. Acababa de bajar de su barco junto a su regimiento. Todos estaban cansados, sucios y apestaban; llevaban demasiado tiempo en las entrañas de aquellos barcos; deseaban pisar tierra firme y olvidarse del sube y baja constante del barco, de las olas golpeando su casco, del incómodo viento soplando con fuerza y llenando las velas de aire, de la humedad y, sobre todo, de la enorme masa de agua que siempre les rodeaba. En aquella fría mañana de primeros de diciembre, el viento soplaba con fuerza y las nubes grises amenazaban con tormenta. Pronto verían que todas las mañanas serían como las de ese día.
Desde muy temprana edad, Malliourn había sido huérfano de padre y madre. Ambos fallecieron durante una epidemia que asoló Lindium, por ello había pasado casi toda su juventud en un orfanato a las afueras de Lasgord, aunque nunca olvidó su procedencia ni a su familia; su nombre y apellido era lo único que le quedaba de ellos. Cuando creció se convirtió en un muchacho alto y vigoroso que destacaba sobre los demás huérfanos. Fueron años duros, en especial cuando llegó a la adolescencia, pues a esa edad el orfanato usaba a los huérfanos como mano de obra barata para así obtener un dinero fácil, pero no tardó en fugarse en busca de una vida mejor. Acabó vagabundeando durante semanas por las calles, sin rumbo, robando y mal viviendo, hasta que decidió hacer carrera como soldado. Probó suerte en uno de los cuarteles de la ciudad; y allí, al ver las cualidades del muchacho, le aceptaron de inmediato. Desde aquel día se dedicó en cuerpo y alma a convertirse en un buen soldado. Durante años tuvo una vida monótona en los cuarteles de la ciudad, siendo un soldado más, pero al alcanzar la mayoría de edad estalló la guerra con los piratas de las Islas Orientales; Malliourn participó en la campaña contra los corsarios de forma heroica, capturando personalmente a uno de los Señores de la Piratería en Buchar. A su regreso, participó en el desfile por la victoria y fue ascendido a capitán, además de recibir un generoso donativo. Continuó en las filas del ejército sin participar en ninguna acción puntual, hasta que leyó un panfleto en el que pedían voluntarios dentro del ejército para acudir en ayuda del Reino de Sinarold; para ello se había creado una unidad especial de infantería. Sin dudarlo, Malliourn acudió a la llamada, pero no fue el único, la mayor parte de los miembros de su unidad siguieron a su capitán y se alistaron; entre ellos estaba su segundo al mando, Darm, que se alistó con él. Ambos se conocieron durante la guerra contra los piratas, luchando juntos durante el asedio de Buchar. Desde entonces se habían hecho buenos amigos.
La pequeña flota de barcos reunida en Blier partió con los tres mil voluntarios que acudían con optimismo y con la esperanza de salvar a Sinarold de las garras del Imperio. Hicieron un alto en las Islas Orientales, donde llenaron los toneles de agua dulce y partieron en un viaje sin más escalas hasta Sinarold. La expedición, que se realizó circunnavegando las costas de las provincias imperiales de Tancor y de Sinarold del Oeste, en manos de Sharpast desde hacía más de cien años, fue larga y tediosa. Oficialmente Vanion no estaba en guerra con Sharpast, pero no convenía que hicieran escalas en ningún puerto imperial, donde podían ser saboteados o incluso aniquilados. Un mes y cuatro días después de dejar las Islas Orientales, llegaron a la Isla de Taxos, que pertenecía a Sinarold; allí pudieron reabastecerse para poder seguir hasta Vendram, a donde llegaron unos días después. Ahora estaban ya en su destino, listos para ayudar a un reino amigo y aliado del inminente ataque imperial.
Los ciudadanos de la capital de Sinarold veían desfilar por las calles a los extranjeros que venían en su auxilio. Poco a poco se fueron dando cuenta del escaso número de refuerzos que formaba el ejército aliado; muchos de ellos, al ver que eran demasiado pocos, se sintieron decepcionados y desesperanzados. No obstante, toda ayuda era bien recibida para el desmoralizado Reino de Sinarold. La bienvenida fue calurosa, pero Malliourn nunca había sentido tanto frío. Allí, en el norte, el tiempo era muy diferente al que conocía; en su tierra también hacía frío en aquella época del año, pero en Sinarold el invierno era mucho más intenso. Por suerte, ya les habían advertido e iban bien preparados con gruesas ropas de abrigo hechas con pieles, algodón y lana. El tiempo gélido se podía soportar, pero el viento era lo peor, lo que hacía que el frío se impregnara en la carne y lo sintieran hasta en los huesos. Y como si eso no fuera suficiente, estaba también la lluvia, la nieve y el granizo continuo.
Estamos buenos dijo Darm. No sólo vamos a tener que luchar contra los imperiales, sino también contra este condenado tiempo.
Te acostumbrarás le dijo Malliourn, intentando no sentirse abrumado.
En mala hora se nos ocurrió alistarnos como voluntarios dijo Darm riendo. Al menos las mujeres de aquí son guapas y se alegran de vernos. Seguro que por las noches son muy agradecidas.
Olvídate de eso, hemos venido aquí a luchar, no a fornicar con extrañas.
Cierto, aunque no estaría de más que alguna nos calentara la cama por las noches. Ya sabes a lo que me refiero.
Malliourn sonrió ante el comentario de su amigo.
Me temo que no tendremos mucho tiempo para disfrutar de los placeres carnales. Venga, sigamos; nos estamos quedando atrás.
Los hombres del ejército de voluntarios terminaron de desfilar por las calles de Vendram y se dirigieron al palacio real, donde el rey de Sinarold y las autoridades locales dieron la bienvenida al ejército y a sus oficiales. Tras los oportunos saludos el rey invitó a los principales oficiales de Vanion a asistir a un austero banquete en el salón principal; éstos aceptaron gustosamente. Malliourn, en calidad de oficial, pudo haber asistido, pero prefirió quedarse con sus hombres y dirigirse directamente hacia los cuarteles que les habían asignado y que, en aquellos momentos, estaban prácticamente vacíos ya que el grueso de las tropas de Sinarold se hallaban congregadas en la frontera, junto al Gran Muro. Allí pudieron calentarse y después lavarse por primera vez desde hacía semanas. Malliourn se afeitó en condiciones, quitándose las largas barbas negras que había llevado durante el viaje, y se dio un buen baño caliente. Después de eso era otro hombre. Tomaron también un buen guiso de carne y descansaron en cómodos colchones de paja.
Al día siguiente dejaron la ciudad, marchando lentamente hacia el sur. La mayor parte de ellos lo hacía a pie, incluso los oficiales. Los únicos caballos que disponían eran para los pocos exploradores y enlaces que traían consigo, además de un puñado de bueyes y mulas de carga que se encargaban de llevar las provisiones y todo el bagaje. Viajaban por las mañanas y descansaban por las noches en pequeños campamentos improvisados y desprovistos de cualquier tipo de defensa; no las necesitaban, no mientras estuvieran al norte del Gran Muro. Podían dormir tranquilos. El Gran Muro era una fortificación de grandes dimensiones, una muralla que protegía al Reino de Sinarold del Este y que se extendía a cientos de kilómetros de este a oeste, hasta llegar a la costa. La construcción la inició Rando el Glotón en un intento de salvar una parte de su reino de las garras de Sharpast, y fue terminada por su hijo, Fenrig el Bravo, que logró contener a las fuerzas de Sharpast gracias a la nueva muralla, pero nada pudo hacer por salvar la parte suroeste del Reino de Sinarold, que cayó en manos del Imperio, pero de eso ya hacía varios siglos. Los restos del Reino de Sinarold eran ya sólo una pequeña península al norte del poderoso Imperio de Sharpast.
La única razón por la cual, el reino había sobrevivido tanto tiempo, era gracias a la formidable fortificación que les había preservado de los intentos de invasión durante más de doscientos años, pero en aquellos momentos Sinarold volvía a estar en peligro. Mulkrod reunía sus ejércitos para lograr lo que sus antepasados no habían conseguido: conquistar el noreste de Sinarold.
Tras varios días de marcha, las fuerzas de Vanion llegaron a la gigantesca muralla que atravesaba todo el reino; allí se unieron a las fuerzas de Sinarold que estaban congregadas en la zona. No eran muchos; la mayor parte del ejército estaba distribuido en pequeños fuertes a lo largo de la muralla.
Los soldados de Vanion nunca habían visto una construcción defensiva de semejante magnitud. Sus ojos no podían ver toda la longitud de la gran muralla, pero era suficiente para comprender la grandiosidad de aquella estructura. La muralla era la última protección del Reino de Sinarold contra las enormes huestes de Sharpast. Si querían ganar la guerra tenían que mantenerse firmes y no ceder una pizca de terreno, pues si las fuerzas enemigas lograban pasar podía darse el reino por perdido. Malliourn lo sabía, pero no estaba dispuesto a permitir que el codicioso emperador se adueñara de aquella tierra libre; por esa razón se había alistado en el ejército de voluntarios; por eso estaba tan al norte, lejos de su patria.
Para ayudar en la defensa del reino les asignaron la parte más central del sector oeste del Gran Muro. Los tres mil hombres que formaban el ejército expedicionario de Vanion fueron distribuidos a lo largo de ese tramo de muralla, siendo desperdigados en torno a pequeñas fortificaciones donde todos los hombres tenían un techo donde pasar la noche sin congelarse a la intemperie.
Quizá si podamos salvar Sinarold dijo Darm al examinar detenidamente las defensas de su sector en el Gran Muro.
Nos vendrían bien unos cuantos millares de hombres más dijo Malliourn. El Gran Muro es tan extenso que no podemos defenderlo todo con garantías. El ejército de Sinarold es reducido y nuestra ayuda puede ser insuficiente.
Aguantaremos dijo Darm, convencido. Sharpast fracasará en su intento de conquistar esta parte de Sinarold una vez más.
Malliourn no lo veía tan claro; era consciente de que si les atacaban con fuerza y por varios puntos a la vez, les avasallarían a menos que les enviaran refuerzos, y eso era algo poco probable.
Espero que estés en lo cierto. Ven, organicemos los turnos de guardia de nuestro sector.

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