Durante largas semanas, el
ejército permaneció acampado con la misión de defender más de treinta
kilómetros del Gran Muro con
tan sólo tres mil hombres. A los pocos días, gigantescos copos de nieve
comenzaron a caer desde el cielo, cuajando con facilidad en la hierba, en la
tierra, en los techos adosados, en las murallas y hasta en los fosos y zanjas
que rodeaban las fortificaciones. Pronto la nieve adornaba todo el paisaje y el
frío fulminaba a los soldados, que no conocían un clima tan duro en invierno y
no estaban acostumbrados a unas temperaturas tan bajas. Pronto el frío y la
nieve formaron parte de ellos; poco a poco fueron aprendiendo a convivir con
ese clima tan drástico.
Pasaban los días y seguían
esperando noticias de cualquier indicio de la llegada del enemigo a la
frontera. Sabían que los ejércitos de Sharpast habían sido movilizados hacía
meses y que habían partido hacia el norte. Tenían que estar al llegar. La
diplomacia había estado muy activa los meses anteriores con idas y venidas de
embajadores de Sinarold y del Reino de Vanion en un intento por evitar una
guerra que parecía inevitable. Pero los embajadores fracasaron en todos los
intentos de apaciguar a Mulkrod, que sólo aceptaba la rendición incondicional
del Reino de Sinarold, algo que por supuesto no se aceptó. Desde entonces, los
espías al servicio de Sinarold en el Imperio fueron informando de los
movimientos del ejército de Sharpast por el norte, pero desde hacía semanas que
no había ninguna nueva noticia de aquel ejército; ni los espías ni los
exploradores sabían dónde se ubicaba con exactitud. Sabían que estaría cerca,
¿pero dónde? ¿Dónde se ocultaba? ¿Dónde acechaba? La espera ponía nerviosos a
los hombres.
Malliourn acudía con
normalidad a las reuniones de oficiales que convocaba el comandante Harnas el
Roble, el veterano oficial al mando del cuerpo expedicionario de Vanion, quien
había servido en su juventud como mercenario, y ahora en su madurez servía con
lealtad al rey de Vanion. Debido a su experiencia no le costó recibir el mando
de la fuerza expedicionaria de Vanion en Sinarold. Pocos hombres estaban a su
altura, y sólo él estaba dispuesto a partir en tan determinante misión.
Malliourn, que lo conocía personalmente, había servido bajo su mando en la Guerra
contra los Piratas de las Islas Orientales, luchando con él codo con codo.
Malliourn le conocía muy bien, o eso creía; había tomado algunos vasos de vino
con él, y habían charlado en muchas ocasiones. Era un hombre rudo, obcecado,
cabezota y duro como un roble. En una ocasión, durante el asedio de Buchar, los
piratas repelieron su ataque a las murallas. Todos los hombres bajo su mando se
retiraron, pero Harnas no quiso admitir la derrota y se lanzó solo hacia las
murallas diciendo: ‹‹¡Quien tenga algo de valor que me siga y
quien no lo tenga que se asome y vea cómo muere un oficial de Vanion!›› Tras
él cargó todo el regimiento hacia las murallas, subiendo por las escalas y las
torres de asedio hasta las almenas, matando a todos los defensores. Cuando la
lucha acabó, Harnas tenía una flecha clavada en el hombro y otra en el pecho, y
múltiples heridas por todo el cuerpo. Por suerte, las flechas apenas habían
logrado perforar la armadura y el resto de las heridas eran superficiales.
Desde ese día los hombres le pusieron el sobrenombre del Roble.
Harnas siempre recibía a
Malliourn afablemente durante las reuniones; apreciaba tener buenos hombres
bajo su mando y así lo transmitía siempre que estaba con ellos. Con Malliourn
no hacía ninguna excepción; lo conocía desde hacía muchos años y sabía de qué
pasta estaba hecho.
En las reuniones no hacían
nada relevante, sólo escuchaban los informes que traían de la capital, los
mensajes que llegaban de los oficiales de las tropas de Sinarold en los otros
fuertes a lo largo de la muralla y algunas noticias de los exploradores.
Después de eso, cada oficial informaba de cómo estaba la moral de la tropa, la
regularidad con la que llegaban las provisiones, si hacía falta más ropa de
abrigo o más leña para las hogueras y, por último, revisaban el procedimiento a
seguir en caso de ataque usando varios mapas. Todos lo tenían memorizado: si
divisaban al enemigo debían informar inmediatamente de su ubicación, duplicar
el número de centinelas en las murallas, tener a todos los hombres preparados
para detener un ataque inminente y mantener la posición hasta nueva orden. Si
no podían aguantar, se les enviaría refuerzos de otros regimientos a lo largo
de la muralla, pero, en caso de que fueran superados, tenían órdenes de
retirarse hasta Vendram para defenderla. Después de la reunión, todos los
oficiales regresaban a sus fortines, donde debían seguir esperando un ataque
que parecía inminente, pero que no llegaba.
—¿Hay
algo de nuevo? —preguntó
Darm al ver al recién llegado Malliourn calentándose junto a una hoguera tras
la última reunión.
—Más
de lo mismo —dijo
Malliourn—.
Quieren que dupliquemos los vigías en la muralla; por lo demás, todo está ya
dicho. Ahora estas reuniones sólo son perder el tiempo. Aunque al menos me
entretengo unas horas.
—Creo
que no asistirás a muchas más reuniones; parece que el enemigo se acerca.
—¿Han
llegado ya a la frontera?
—Todavía
no sabemos nada, pero los hombres lo presienten. Y yo también. Sé que están
cerca.
—Es
posible que tengas razón.
Un soldado de su regimiento
se acercó para hablar con el capitán.
—¿Qué
ocurre? —preguntó
Malliourn.
—Todavía
no han llegado las provisiones que esperábamos —dijo el soldado.
—Se
habrán retrasado con el mal tiempo, no te preocupes. Llegarán.
El soldado se marchó, dejando
a los dos oficiales calentándose en la hoguera.
—Tendremos
que racionar la comida —dijo Darm.
—Sólo
hasta que lleguen las provisiones que esperamos. Manda un enlace para que
averigüe qué ha sucedido y que meta prisa a los de suministros. Si vamos a luchar
quiero que nuestros hombres lo hagan con el estómago lleno.
Tras varios días largos y
fríos llegaron las noticias que esperaban. Algunos exploradores, siguiendo las
órdenes del cuartel general, se habían adentrado en territorio hostil.
Consiguieron burlar a las tropas fronterizas de Sharpast sin dificultad y
divisaron una larga columna avanzando hacia el Gran Muro. Informaron de que el ejército de Sharpast se
aproximaba hacia el norte y que estaban a pocos días de distancia; sin embargo,
no sabían el lugar exacto donde habían establecido su campamento o campamentos,
puesto que habían tenido que escapar al toparse con una avanzadilla enemiga.
Ese mismo día llegaron
mensajes de muchos de los fuertes a lo largo de la muralla comunicando que
habían avistado al ejército enemigo en varios puntos. Los oficiales dedujeron
que las tropas imperiales se habían dividido por sectores frente a la muralla
para atacar simultáneamente en varios tramos, por lo que era necesario saber el
lugar exacto de la ubicación de los campamentos. El alto mando de Sinarold
pretendía averiguar la zona exacta donde se hallaba el enemigo para concentrar
al mayor número de tropas en la zona circundante, y lo mismo ocurría a lo largo
de toda la muralla. El éxito o el fracaso podían depender de ello. No obstante,
no era el mejor momento para realizar exploraciones en profundidad; el mal
tiempo, la nieve y la niebla hacían que la visibilidad fuera prácticamente
nula, por lo que tampoco podían ver dónde había acampado aquel ejército y, por
tanto, no podían saber dónde se centrarían los ataques principales.
Pasaron tres días y no
llegaron más noticias. Los nuevos exploradores regresaban con las manos vacías
y algunos no regresaban. El nerviosismo y el miedo empezaron a hacer mella en
los hombres de las guarniciones. Se encontraban inquietos, sabían que pronto
empezaría la lucha, pero lo peor era que no sabían dónde sería, ni cuándo. Por
ahora sabían que estaban muy cerca, pero era como un ejército de fantasmas
oculto tras la niebla. Los hombres de guardia permanecían alerta día y noche,
pero nada sucedía. La inquietud por averiguar el paradero de aquel ejército les
obligó a llevar a cabo exploraciones más a fondo. Una de esas órdenes le llegó
a Malliourn, quien organizó un pequeño grupo para explorar el terreno tras la
zona de la muralla que su regimiento defendía.
Era otra fría mañana
invernal de finales de diciembre cuando Malliourn se dispuso a llevar a cabo la
exploración. La niebla no sólo no se había disipado, sino que además había
aumentado, impidiendo ver nada a más de cinco pasos de distancia. Parecía que
los dioses intentaban perjudicarlos o, por lo menos, no facilitarles las cosas.
El grupo que Malliourn había organizado le esperaba al otro lado del campamento
fortificado. Todos iban armados con el equipo reglamentario: estaban protegidos
por cotas de malla y petos de cuero y lino, y equipados con lanzas, escudos y
espadas; todos cubiertos hasta la cabeza con gruesas capas de pieles de
animales para intentar mantener el calor en sus cuerpos. Habían recibido la
orden de explorar una de las áreas en donde un grupo de exploradores había
desaparecido el día anterior, en algún lugar del bosque de pinos que había al
otro lado del Gran Muro. Era
muy posible que uno de los ejércitos enemigos estuviera acantonado en algún
lugar del bosque. No era una misión para pusilánimes y, si quería que las cosas
se hicieran bien, tenía que hacerlo él mismo; además, tanta inactividad le
ponía de los nervios. Necesitaba mover las piernas un poco y entrar en acción.
—¿Estás
seguro de que quieres ir? —le preguntó Darm, no muy convencido.
—Segurísimo
—contestó
Malliourn—.
Prefiero pelarme de frío en ese bosque antes que morirme de aburrimiento en la
muralla. Partamos, quiero encontrar ese campamento antes de la hora del rancho.
A ver si tenemos suerte.
Darm asintió; la decisión
había sido tomada. El capitán lideraría el grupo de exploración.
—¡Vamos,
pongámonos en marcha! —ordenó Darm a la compañía.
Los veinte hombres elegidos
para la misión se pusieron en camino siguiendo a su capitán.
Malliourn llevaba más de
quince años en el ejército; había luchado en circunstancias muy adversas y
había matado a más de un hombre en combate. No se sentía orgulloso de ello,
pero tampoco se arrepentía; eran ellos o él, así eran las cosas. Estaba
acostumbrado a vivir con el miedo, el sufrimiento y la muerte, pero esa mañana
estaba especialmente nervioso; intuía que ese día iba a pasar algo. El enemigo
estaba cerca y llevaban demasiados días de parsimonia. Sabía que no era normal,
el ejército imperial estaba en algún punto al otro lado del Gran Muro y no tardaría en atacar. El
número de soldados que había preparado para salir dejaba claro lo grave de la
situación; llevaba consigo a veinte de sus mejores hombres, tal y como el
comandante le había recomendado, aunque a él le parecían demasiados para salir
hacia las líneas enemigas, ya que podían llamar mucho la atención, aunque
también era verdad que, con veinte hombres, la posibilidad de que alguno
sobreviviera y regresara para contar lo que había visto era mucho mayor, o eso
pensaba el comandante Harnas; una forma de pensar que le aliviaba poco, pero
las órdenes eran claras e iba a cumplirlas.
—¡Démonos
prisa! —ordenó
Malliourn—.
Con suerte volveremos antes de que anochezca.
Salieron del fuerte donde
estaban asignados y se dirigieron al muro. A lo largo de su gran recorrido la
muralla tenía tres grandes puertas y otras cincuenta de menor tamaño, todas
camufladas para que el enemigo no las utilizara. Tuvieron que andar varios
minutos para llegar a la puerta más cercana. Entraron por una que daba
directamente hacia el Bosque Blanco; lo hicieron en silencio y alerta.
—Ahora
estamos en territorio enemigo —dijo Malliourn en voz baja—. Quiero
silencio absoluto. Nos dividiremos en dos grupos. Longar, llévate a nueve
hombres; explorarás la zona sureste. Yo iré por la zona suroeste con el resto
del grupo. Si en cuatro o cinco horas no encontrais nada volved e informad,
pero si os topáis con el enemigo no quiero que os hagáis los héroes. Buena suerte.
Los dos grupos se separaron.
Malliourn y los suyos caminaron por la nieve, adentrándose en el bosque con
lentitud. La niebla no amainaba y se seguía sin ver a pocos pasos de distancia.
Malliourn marchaba el primero, liderando al pequeño grupo. Caminaba con
precaución, atento ante cualquier sonido sospechoso.
—Mal
momento para que salgamos a explorar —dijo en voz baja uno de los soldados—.
Podrían rodearnos y ni siquiera nos daríamos cuenta.
—El
grupo que enviaron ayer por esta zona no ha regresado aún, y me temo que no
regresará jamás —dijo
otro—.
Como sigamos avanzando correremos su misma suerte.
—¡Silencio
ahí atrás! —ordenó
Malliourn—.
¿Queréis que nos descubran?
—¡Capitán!
—dijo
un soldado que se había adelantado—. Me ha parecido oír unas voces un poco
más adelante.
‹‹Yo
también lo he oído —pensó Malliourn—; seguro
que no son de los nuestros. Lo comprobaremos.››
—Esperad
aquí. Yo me adelantaré con Darm y Proumdar —ordenó Malliourn.
Los hombres de Malliourn se
escondieron en unos arbustos mientras que ellos avanzaron reptando hasta el
lugar de donde provenían las voces. Pronto consiguieron ver a dos hombres que
llevaban ropajes negros, cota de malla y arcos caminando entre los árboles.
—Son
soldados de Sharpast, sin duda —dijo Proumdar en voz baja.
—Tenemos
que apresarlos e interrogarlos —dijo Malliourn—, así
que tenemos que dejar al menos a uno con vida. Esperaremos a que se acerquen un
poco más para que no les dé tiempo a utilizar sus arcos. A mi señal.
Dejaron que se acercaran a
su posición. Cuando estuvieron a pocos pasos de distancia, Malliourn dio la
señal y se abalanzaron sobre sus desprevenidos oponentes. A uno de ellos le dio
tiempo de sacar un cuchillo de su funda, atacando a Malliourn, que esquivó el
ataque y, de una estocada, degolló a su adversario. Mientras tanto, Darm y
Proumdar habían conseguido inmovilizar al otro.
—¿Eres
un soldado de Sharpast? —le preguntó Malliourn, apuntándole con
su espada en el cuello. Éste permaneció en silencio—.
¡Respóndeme!
Seguidamente, el soldado
escupió a Malliourn, que reaccionó golpeándole en la cara, pero éste se recobró
enseguida y, con una habilidad increíble, golpeó con su cabeza a Proumdar, que
cayó al suelo. El soldado imperial empujó a Darm y después se tiró encima de
él. Ambos empezaron a forcejear. Malliourn intentó separarlos, pero los dos no
paraban de moverse; entonces el soldado consiguió sacar un cuchillo de la
correa de Darm y se abalanzó sobre Malliourn, intentando herirle, pero Darm
reaccionó rápido y se lanzó sobre él, atravesándole con su espada, salvando a
su capitán. El soldado estaba muerto antes de caer en la nieve.
—Maldito
bastardo —dijo
Darm, suspirando—.
No me puedo creer que se me haya escapado. Casi consigue reducirnos a los tres.
Proumdar se levantó confuso.
—¿Estás
bien? —le
preguntó Malliourn.
—Sí,
pero vaya golpe me ha dado el desgraciado.
—Bien.
Regresa con los demás e infórmales de lo ocurrido —le dijo
Malliourn—.
Si no hemos vuelto en dos horas volved al Gran Muro e informad de movimientos
enemigos en la zona.
—Eso
haré, capitán.