Malliourn y Darm continuaron
solos durante varios minutos, sin ver ni oír nada más que fuera sospechoso; lo
hicieron en silencio y alerta. Según iban avanzando la niebla se fue disipando
y el número de árboles empezó a disminuir. Pronto llegaron a un altozano donde
sólo había algunos arbustos. Entonces empezaron a oír un ruido de cascos de
caballos, chasquidos metálicos y de un montón de voces. Siguieron avanzando con
aún más cautela y se tumbaron en la fría nieve para avanzar reptando, hasta
que, poco después, sus ojos alcanzaron a ver un gigantesco claro con miles de
tiendas de campaña y muchos soldados desfilando en su interior. Era un
campamento imperial.
—Lo
hemos encontrado —dijo
Darm—.
Ya sabemos dónde están.
—Eso
parece, ni siquiera se han preocupado en construir empalizadas ni ningún tipo
de defensa. Se deben de sentir muy seguros. Vámonos antes de que nos vea
alguien —dijo
Malliourn mientras retrocedía—. Hay que informar a Harnas.
Pero fue demasiado tarde,
alguien les había visto desde una de las torres de vigilancia y había dado la
alarma. Rápidamente decenas de soldados comenzaron a salir del campamento en
busca de intrusos. Se dirigían hacia ellos.
‹‹Mierda.
¿Cómo nos han podido localizar tan rápido? —se preguntó Malliourn, sin creerse su mala
suerte—.
Es igual, tenemos que salir de aquí.››
—¡Muévete
o no lo contamos! —gritó Malliourn.
Los dos comenzaron a correr
por la nieve lo más rápidamente que podían, pero sus pasos eran lentos y
pesados. Si les perseguían con caballos no tardarían en atraparlos. Un grupo
les vio bajando la ladera y corrieron tras ellos con sus armas preparadas.
Estaban muy cerca. A pocos pasos de ellos, decenas de hombres les perseguían;
se les echaban encima. Malliourn iba un poco más retrasado que Darm, que era
más ágil y rápido. Malliourn los sentía a su espalda. Pronto se topó con un
enemigo a poco más de un paso de él, pero, con un hábil movimiento de su espada,
le dejó mal herido en el suelo al rajarle de lado a lado.
Continuaron corriendo hasta
llegar a un agotamiento extremo en el que casi no podían dar un paso más, pero
entonces llegaron hasta donde se encontraban el resto de sus compañeros, que
estaban sentados tranquilamente en la nieve.
—¡Rápido,
agrupaos! —vociferó
Malliourn—.
¡Preparaos para la defensa!
—Pero
¿qué es lo que pasa? —preguntó un soldado confuso.
—¡Que
nos atacan, idiota! —gritó Darm—. ¿No oyes los gritos?
Los hombres, viendo lo que se
les venía encima, formaron rápidamente una barrera de escudos y lanzas, creando
un pequeño semicírculo. Los perseguidores llegaron desordenadamente y
comenzaron a chocar con los escudos; algunos de ellos acabaron empalados en las
lanzas. Los atacantes, agotados tras la persecución, apenas podían luchar
contra el disciplinado muro de hombres que tenían delante. Tras un breve
combate, los defensores consiguieron repeler a los atacantes. Los enemigos que
aún quedaban en pie, al no poder romper la pequeña formación tras varias
acometidas fallidas, huyeron despavoridamente dejando a algunos de los suyos
desangrándose en el suelo, manchando la nieve de rojo. La escaramuza se había
saldado con dos de los hombres de Malliourn heridos levemente; los atacantes
perdieron seis de los suyos entre muertos y heridos, los cuales fueron
rematados sin piedad. No había tiempo para hacer prisioneros.
—¡Regresemos
al campamento antes de que vuelvan con refuerzos! —dijo
Malliourn.
Volvieron tras sus pasos con
presteza, encaminándose hacia su sector de la muralla. Debían avisar cuanto
antes a todos los campamentos de ese sector. No tardaron en vislumbrar las
murallas del Gran Muro.
—Al
final hemos llegado antes de lo esperado —dijo Darm, satisfecho—. Justo
a tiempo para comer. Pronto nuestros estómagos estarán saciados.
Los hombres sonrieron y
continuaron; casi podían oler la comida que se estaría haciendo en las cocinas
del fuerte, pero cuando llegaron escucharon más alboroto de lo habitual. La
alarma había sido dada y los hombres corrían a sus puestos.
‹‹¿Ya
nos están atacando o qué es lo que pasa?››
Cruzaron la puerta
camuflada, pudiendo ver correr a los soldados de su regimiento y de otros,
todos armados hasta los dientes. Uno de los oficiales reconoció a Malliourn y
se dirigió a él.
—¿Qué
sucede? —le
preguntó Malliourn antes de que dijera nada.
—Estamos
siendo atacados por el sector oeste del muro. El comandante Harnas ha ordenado
que le enviemos todos los refuerzos disponibles. Les está conteniendo en la
puerta.
‹‹Maldita
sea, tenían que atacar cuando estábamos de exploración; todo ha sido una
pérdida de tiempo. Ahora de nada sirve saber dónde está ubicado el campamento
enemigo. Espero que no sea demasiado tarde para Harnas.››
—¿Cuántos
son? —le
preguntó.
—Miles.
Es un ataque total.
—Pues
adelante, socorramos al comandante —dijo Malliourn—. ¡Que
cincuenta hombres permanezcan guardando nuestro sector hasta nueva orden! ¡El
resto conmigo!
—Pero,
capitán —dijo
uno de los soldados que le habían acompañado por el bosque—, el
sector del comandante Harnas está a casi una hora de camino.
—Entonces
tenemos que darnos prisa —dijo Malliourn—.
¡Vamos, moveos! ¡A paso ligero!
‹‹Me
temo que hoy nos perderemos el rancho. Espero que al menos tomemos algo
caliente por la noche.››
Marcharon hacia la puerta siguiendo en todo
momento la muralla; lo hicieron apresurados, tratando de recorrer la mayor
distancia en el menor tiempo posible, pero reservando fuerzas para el combate
que se avecinaba. Tras treinta minutos de marcha, los hombres estaban cansados
y casi no podían mantener el ritmo; no eran los únicos, tanto Malliourn como
Darm, que habían estado fuera varias horas con largas caminatas, corriendo para
escapar con sus pesadas cotas de malla encima y luchando contra sus
perseguidores, lo estaban también. Para colmo no habían probado bocado desde
por la mañana y les tocaba hacerse otra caminata para seguir luchando. Aquél
iba a ser un día muy largo. Pronto escucharon en la lejanía el sonido de tambores
de guerra, el de los gritos de quien estaba combatiendo tenazmente y el de las
armas metálicas al chocar unas con otras. La batalla había comenzado y se
estaba librando muy cerca. La necesidad de ayudar a sus compañeros les dio
fuerzas para continuar sin detenerse siquiera a descansar.
‹‹Cuando
lleguemos estaremos reventados, pero tenemos que luchar, y debemos hacerlo bien
si queremos sobrevivir.››
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